Emilia comparte, cada vez que puede, la experiencia que vivió cuando
cayó en una grave crisis financiera personal producto de su endeudamiento
desmesurado. Esta circunstancia le generó muchas angustias y fuertes discusiones
con sus familiares y amigos a quienes veía como enemigos a pesar de que
trataban de ayudarla. Finalmente aceptó la sugerencia de su novio y contrató a
un asesor financiero que le mostró herramientas para salir de esa situación que
no quiere repetir más nunca.
A través de un préstamo es posible comprar bienes que, de otra forma,
no podrían alcanzarse y, como contraparte, el que adquiere la deuda se
compromete a honrarla. Sin embargo, es importante distinguir uno bueno de uno
malo. El primero sirve para obtener bienes que generarán renta como materias
primas o un local comercial. El segundo es usado para lograr bienes o servicios que no generan
retorno, como cuando te inscribes en un gimnasio y luego de una semana, no
vuelves más.
El endeudamiento comienza de a poco, algo pequeño que puedes afrontar
sin que afecte tu presupuesto. Desconoces el monto máximo que puedes dedicar a
amortizar tus deudas sin que esto implique dejar de cubrir gastos fijos como
alimentación, arrendamiento y transporte. No sigues un presupuesto, te dejas
llevar por tus deseos y haces nuevas compras a crédito sin analizar tu
capacidad de pago. Generalmente
adquieres bienes que no necesitas.
Un día, reconoces que no te alcanza el dinero para sufragar todas tus obligaciones,
los acreedores te llaman insistentemente y se te ocurre que lo puedes resolver
pidiendo un préstamo a un amigo. Pronto será este el que te cobre lo que le
debes. Y es aquí donde puedes caer en una centrífuga. Usas el anticipo de
efectivo de la tarjeta de crédito para saldar lo que adeudas a tu amigo.
Después otra tarjeta para respaldar a la primera y así sucesivamente. Estás en una trampa.
Para salir de esta realidad se necesita mucha fuerza de voluntad. Saca las
tarjetas de crédito de tu cartera y determina los gastos básicos que cubrirás
mensualmente. Ordena tus cuentas por
pagar desde la más pequeña a la más grande y establece un monto mensual para este
gasto. Abona el monto mínimo de todas las deudas y la más pequeña le aportarás un poco más. En cuanto termines de pagar esta, usa el
dinero para sumarlo al siguiente compromiso más pequeño y así sucesivamente.
Emilia, cada vez que relata su historia, hace énfasis en que llegó a
esa situación por dejarse llevar por el impulso desmedido de comprar para satisfacer
deseos más que necesidades. Se olvidó de la importancia de establecer metas y
hacer un presupuesto mensual por lo que empezó a pedir prestado para costear
deudas malas. Ahora, antes de hacer una compra se pregunta si es para
satisfacer una necesidad o un deseo y si está va en función de las metas que
quiere alcanzar.
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