Para Gabriela y Pedro el futuro
de su hijo es un asunto muy serio. Al nacer Pablito, hace un año, contaba con
un instrumento financiero capaz de garantizar que, en caso de la ausencia de sus
padres, sus gastos de alimentación, salud, educación y hasta vacaciones
estuvieran cubiertos hasta llegar a una edad en que pudiera hacerse cargo de su
vida al contar con una profesión u oficio. Gabriela repite sin cesar ante sus
amigos y familiares que una póliza de vida es un acto de amor.
Un seguro de vida brinda protección financiera al grupo familiar ante
los riesgos de muerte o incapacidad que enfrenta el principal proveedor de
ingresos. Ante esta eventualidad, la póliza de vida permite obtener liquidez
antes de crearla para garantizar la estabilidad financiera de sus seres
queridos ante su ausencia temprana o en caso de que no pueda seguir trabajando
a causa de un accidente o enfermedad graves.
El seguro de vida es un instrumento
financiero poderoso cuya función es asumir el papel del jefe del hogar como abastecedor
de dinero cuando este no puede seguir aportandolo. Cubre los gastos de
impuestos sucesorales y los que se generan cuando fallece el titular. Los
ahorros generados pueden ser usados en la educación de los hijos, una inversión
en un negocio, como aporte para la compra de una vivienda o convertirse en una renta en el momento del retiro.
La mejor edad para adquirir una póliza de vida es el presente cuando se
es productivo y se goza de buena salud ya que las empresas aseguradoras evalúan
el riesgo de asegurar a una persona mediante un examen médico. En la medida en
que se es más joven la expectativa de vida es mayor y la prima de la póliza es
menor. Es por ello que aquel que tiene
la capacidad financiera para hacerlo no debe esperar a mañana cuando un
accidente o una enfermedad le impidan, a pesar de sus intenciones, obtener una
póliza de vida.
El seguro de vida funciona para todas las personas que están sometidas
a riesgos como morir joven cuando se es el principal soporte económico de un
hogar con niños pequeños, un cónyuge no profesional o unos padres ancianos;
quedar incapacitado para trabajar, en edad productiva, por un accidente grave o
una enfermedad o, por último, envejecer
y no contar con un respaldo financiero para cubrir las necesidades propias de
esa edad.
Gabriela cuenta a sus amigos y familiares la experiencia de su mejor
amiga de la universidad quien perdió a su papá cuando era muy niña. Gracias a la
renta mensual proveniente de la póliza de vida que tenía, su mamá, que era ama
de casa cuando quedó viuda, pudo sacar adelante a sus tres hijos. La precaución
tomada por su padre le permitió vivir una infancia normal junto a sus hermanos,
ir a la Universidad y, aún hoy, suministra la renta que percibe su madre
mensualmente.
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